6 de julio de 2010

Cuéntanos tu historia: Gema Pérez

Mi hijo con tres años escribía, leía, sabía un poco de muchas cosas y tenía una curiosodad grande por todo. Preguntaba y retenía. Su memoria fotográfica impresionaba. En la guardería lo tenían en las aulas de los mayores y en el colegio, aunque solicité su examen antes de entrar, no obtuve respuesta. El empezó a esconderse, ocultaba cuanto sabía, quería ser como los otros niños. Con 5 años al fin se le evaluó y se le catalogó como niño de altas capacidades (me enteré en mi consulta, soy psicóloga, cuando la orientadora vino a hablarme de otro niño y yo aproveché para preguntar). Nunca se me informó de manera oficial. Se escuchaba que, como su madre era psicóloga, el niño vendría preparado.

Un año después, al finalizar 1º de primaria, me llaman para decirme si quiero solicitar la ayuda de educación especial y se me comunica que no se ha hecho nada con él porque no hay recursos y se prioriza a los que están por abajo. Poco después lo cambio de centro y aquí se le vuelve a mirar. No se concluye la evaluació pero, ya mi hijo no era el mismo. Sí, es el más listo de su clase pero ha perdido el interés por conocer, Hoy tiene doce áños y su curiosidad se ha esfumado, ha adquirido el uso absoluto de la disciplina del "mínimo esfuerzo" con lo que sigue sacando dieces. Su alegría de saber cada día más se desvaneció, no le gusta leer, lo vé como una obligación. Pero no es un problema, puesto que saca 10.

Siempre pensé que se deberían potenciar estas capacidades como hacen con las aptitudes para el deporte, tan elevadas por instituciones públicas y privadas. Que dificultad hay en establecer como obligatoria, la presencia de escuelas o talleres intelectuales, como los hay deportivos.

Estoy dispuesta a reivindicar con vosotros cuanto sea necesario.